Una bitácora con pretensiones.

Teatro

El hombre de gris estaba a punto de morir. Su asesino con ropas negras y semblante ensombrecido, encañonaba al arrodillado escombro de persona que suplicaba a sus pies. Yo (fruto de la tensión, del clímax) arañaba involuntariamente los brazos de mi butaca. El público del teatro contenía la respiración.
Mientras mis costillas trataban de mantener en su sitio al corazón, el dedo pulgar del asesino se deslizó hasta el percutor del arma. El “clic” reberveró en la axifiante acústica del anfiteatro. Oí como castañeaban los dientes de mi vecino, pero me dí cuenta de que nadie había a mi alrededor; era yo mismo, solo.
Entonces la victima se volvió hacia mi. Imploró mi ayuda alzando un brazo; con el otro sujetaba su cuerpo. “Sálveme” dijó “No se qué hago aquí. Yo no soy actor.”. Yo tampoco. Yo tampoco lo soy, pensé.
Si hubo disparo no lo sé (de seguro que si, no te engañes). El público se levantó impulsado por un colectivo deseo de aire puro y apagó cualquier sonido con aplausos. Aplausos que el hombre de gris recibió desde el suelo, bañado en sangre. No creo arrepentirme de haber aplaudido.

1 comentario:

Rebis Dos Mil Siete dijo...

Vaya con el micro-relato...

Me ha gustado, es realmente impactante. Una pena leerte tan de tarde en tarde.

Un abrazo desde la oficina.